Cada persona desde los primeros instantes de su existencia se ve envuelta de manera necesaria y absoluta en la relación con el mundo. Un mundo en el cual conforme va desarrollándose descubre que entra en relación con las cosas que lo componen; y lo que es más, se da cuenta que existen seres que no son cosas sino “sujetos”, es decir personas conscientes de sí mismas con las cuales también se constituye una relación llamada relación interpersonal. A través de la historia se ha cuestionado si dicha relación interpersonal es un atributo de su esencia, de tal manera que se pueda llegar a la afirmación que el hombre por naturaleza se constituye en cuanto hombre en la complejidad de las relaciones interpersonales o, por el contrario, si dicha relación es algo accidental y no una exigencia de la misma naturaleza humana. Emmanuel Mounier, (Filósofo de la corriente filosófica personalista) afirma que la persona, lejos de ser asocial y mucho menos antisocial, tiene una capacidad natural de amar a su prójimo, y así formar comunidad.
Inicialmente diremos que hoy más que nunca se hace necesario el hacer vida esta filosofía personalista y comunitaria que tiene por objetivo primario defender el ser persona y su evidente capacidad de relacionarse con sus semejantes, para formar vínculos de común unión. Pues es indiscutible que hoy encontramos en nuestra sociedad realidades que oprimen la dignidad humana. Esto es consecuencia de existir en un ambiente donde a la persona no se le valora como fin en sí misma sino como medio para alcanzar fines económicos o de cualquier otra índole. Las consecuencias de no tratarlas pueden desencadenar procesos de deshumanización difíciles de revertir más adelante. Por ejemplo: las generaciones actuales viven bajo el peso de una civilización burguesa e individualista la cual ha hecho que las personas entren en el juego de la competitividad y de la ley del más fuerte. Donde el poderoso se come al débil. En fin, se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. En otras palabras, entramos en una cultura del descarte, donde los excluidos no son explotados, sino desechos sobrantes de las empresas, o de cualquier otro ámbito de la sociedad. Todo esto, provoca que la persona, casi sin advertirlo, se vuelva incapaz de relacionarse con su prójimo; es decir, no existe el compromiso de mirar por las dificultades de otro ser humano, como si todo fuera una responsabilidad que no le incumbe.
Más aún, podemos afirmar que las relaciones interpersonales han entrado en un proceso de desgaste generando a su vez un proceso de desvinculación en las sociedades masificadas; de este modo el valor principal de la sociedad, en la cual se realiza la persona, ya no consiste en velar por defender la dignidad humana, sino en poder usarla como medio para obtener mayor cantidad de bienes materiales u otros intereses.
Así pues, el prójimo ya no representa, un ser con dignidad, igual a mí, sino un objeto del cual se puede disponer para obtener diferentes fines de consumo. De ahí que también surjan desequilibrios en la sociedad, en la correcta distribución de la riqueza y las fuerzas que establecen el bienestar común de la sociedad.
Por otro lado es evidente el individualismo postmoderno y globalizado que favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas. Por este motivo se impone la urgente necesidad de la vivencia de esta filosofía personalista comunitaria, la cual se desenvuelve en la vivencia de la relación interpersonal, guiada siempre por valores que dignifican mi ser persona y los cuáles se hacen vida una vez que los encarno en mí mismo. Esto, no es otra cosa más que la capacidad que como personas tenemos, esto es, el comunicar el valor del amor; el valor de mi propio ser persona, que se ofrece como don hacia el otro, formando así un ambiente de comunidad. Este ambiente será el que propicie las condiciones necesarias, para lograr la independencia de cualquier tipo de esclavitud que someta el ser de cada persona y que además la conduzcan a la trascendencia que es Dios.
La persona, por semejante finalidad de su existencia, está llamada a humanizar de manera personal cada vez más la sociedad en la que se desenvuelve. Que logre así reconocerse como sujeto personal, singular, irrepetible y valor absoluto. No sólo en relación con el mundo y su naturaleza, sino con los otros que también son personas, y no por el contrario, como parte de las masas que lo único que provocan es negarles la incondicional responsabilidad de tomar las riendas de la propia existencia.
La experiencia de vivir la filosofía personalista comunitaria ha sido tachada de mera utopía por diferentes doctrinas. Esto seguirá siendo así, si se sigue por optar por un estilo de vida sumergido en la civilización burguesa e individualista. Donde la persona no comienza a reconocer en su prójimo, como otro igual a él, con la misma dignidad de ser sujeto único, e irrepetible en relación con él, y con el mundo; sino simplemente como medio para otros fines. Con esto se reafirma la necesidad de tomar consciencia de que no somos seres que nos desenvolvemos entre lo meramente material o solo en estructuras sociales sino entre sujetos particulares. De los cuales experimentamos desde el primer instante de la propia existencia su maravillosa presencia; la cual nos ayuda no sólo a desenvolvernos como lo que somos: personas, sino como seres que luchan por perfeccionar ésta propia manera de ser, la cual busca trascender. Por lo tanto, la persona está llamada por su misma naturaleza a relacionarse y formar comunidad con sus semejantes. Esto implica: optar por el conocimiento del tú, del nosotros no sin antes haber tomado el timón de la propia vida.
La formación de personas en un ambiente de comunidad en la civilización burguesa e individualista actual, solo será posible si se respeta la vocación de cada persona; si existe la convicción de adherirnos a una jerarquía de valores de los cuales sobresalen la vivencia del amor (como nueva manera de ser) y como principal valor, así mismo como la opción por la vivencia de la libertad y del compromiso personal. Estos valores la filosofía personalista los ha visualizado como cumbre de toda persona y comunidad, pues sólo su vivencia en cada persona hará que surja de manera natural la responsabilidad personal. Esta implicará siempre el que la persona reconozca en sus semejantes seres iguales en razón de la propia dignidad la cual nos hace reconocernos como sujetos y no como objetos considerados sólo como medios.
En suma, el personalismo comunitario no es otra cosa sino aquella filosofía que siempre orientará a la persona a reconocerse como lo que es: una persona que se hace don de sí mismo para con sus semejantes, guiada siempre por la tendencia de su ser, esto es, alcanzar la trascendencia que es Dios. Motivo por el cual la persona siempre se esforzará por llevar a cabo incansablemente y de manera libre una vida siempre en compromiso, no sólo para consigo misma, sino también para con los otros, que también son personas.